13 agosto, 2012

"En Pampa y la vía "

         
“Como el zorro perdí el pelo/ pero agarré la manía/ de lofiar la gilería y al primer punto boleao/ con algún fato estudiao, dejarlo en Pampa y la vía”.
La estrofa pertenece a la milonga “El conventillo”, escrita en 1965, y grabada un año después por Edmundo Rivero. Y al margen de las expresiones lunfardas como lofiar, gilería, boleao o fato, que darían pie para conocer algo más de esa jerga que nos identifica, allí aparece una frase que es tradición, sobre todo entre los porteños: quedar en Pampa y la vía. Es decir, sin nada.
¿De dónde viene aquello y por qué ese lugar? La historia popular cuenta que la expresión se enlaza con un hipódromo, un tranvía y unos derrotados apostadores que habían dejado en las apuestas “a las patas de un tungo roncador”esos “últimos cuatro mangos” , tratando de multiplicarlos, pero que, por un pescuezo, se fueron para siempre sobre el disco de sentencia.
Hacia fines de 1886, en la zona vecina a la actual avenida Del Libertador, entre las calles Monroe y Congreso, se creaba el Hipódromo Nacional o Hipódromo de Belgrano. El barrio siempre había tenido afinidades con el turf. Aquel hipódromo había surgido como consecuencia de la inminente desaparición del Circo de las Carreras que, desde 1857 hasta ese año, funcionaba en el área de las actuales Mendoza, Melián, La Pampa y Crámer.
Lo cierto es que aquella organización que promovía el Hipódromo Nacional (era una sociedad anónima y su primer presidente honorario fue el coronel Francisco Bosch) se dio el gusto de tener un lugar para la actividad hípica en una zona que, junto con los futuros y vecinos barrios de Núñez y Saavedra, tenía cada vez mayor desarrollo.
¿Y lo de Pampa y la vía? El tema era que para llegar hasta aquel hipódromo se decidió inaugurar un servicio gratuito que llevara a los apostadores desde esa zona de las barrancas de Belgrano (actuales La Pampa y Virrey Vértiz) hasta el “H Nacional”, como decía el cartel de los tranvías que hacían el recorrido. Por supuesto que el regreso hasta ese lugar, también era gratis. Desde allí, para seguir en otros transportes y en otras direcciones, había que pagar. Entonces, el que había perdido hasta el último centavo, sabía que si no conseguía algún alma caritativa que le aportara unas monedas, iba a quedar varado “en Pampa y la vía”.
En el hipódromo de Belgrano el sonido seco de los cascos de los caballos que galopaban sobre la arena y los gritos de los apostadores que los alentaban con alegría o desesperación, se escuchó hasta 1911. Pero las pistas y los restos de algunas tribunas estuvieron casi una década más, hasta que se decidió demolerlas para lotear y vender aquellos terrenos, vecinos a los que desde 1938 ocupa el estadio Monumental de River.
El “H Nacional” quedó atrás y en 1875 la sociedad que tenía aquel recinto y la sociedad que manejaba el Parque 3 de Febrero decidieron unirse para crear el Hipódromo Argentino, ese que aún se destaca en Palermo. Se construyó en apenas diez meses y cuentan que costó un millón de pesos. Ese sería el lugar donde se iban a lucir los caballos pura sangre de carrera que le dan prestigio al turf argentino.
Y a propósito del prestigio de nuestro turf. En los archivos figura que hubo un zaino malacara que perteneció a William Carr Beresford (el jefe de la primera invasión inglesa, en 1806) y que quedó en estas tierras después de la reconquista de Buenos Aires. Dicen que fue el primer british pur sang que llegó al país y que se convirtió en un gran padrillo impulsor del famoso elevage burrero. Pero esa es otra historia.
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Publicado en Clarin .